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SOBRE LA REPRESIÓN Y EL ESTADO CONTRAINSURGENTE EN EL PERÚ

Actualizado: 6 feb 2023

–¿Papá, los policías comen carne humana?

–¿Entonces porque matan así a la gente?

Redoble por Rancas - Manuel Scorza


Contexto internacional


El momento actual se caracteriza por la intensificación de la lucha de clases a nivel mundial. Tal lucha se exacerba directamente proporcional a la agudización de la crisis del capital y al recrudecimiento de la miseria de la clase trabajadora. Observamos una recesión técnica por dos trimestres consecutivos principalmente en los ramos productivos de los países imperialistas (por ejemplo, EEUU, Alemania e Inglaterra), lo que está ligado al incremento de la tasa de desempleo en ramos específicos del sector de hidrocarburos, mineros, de plantas de gas y de petróleo, más allá del aumento del empleo en el sector de servicios. También, se vienen desplegando altas tasas de inflación, principalmente en los sectores de alimentos y viviendas, aspectos que golpean más duramente a la clase trabajadora. Por otro lado, la guerra interimperialista inmanente a la crisis, conduce al incremento del precio del petróleo y del gas generando un efecto dominó en los precios de todos los productos en todo el mundo. La escasez de fertilizantes se traduce en una menor producción en los sectores agrícolas a nivel global mientras que las grandes empresas vinculadas al proceso y venta de combustible y a la banca quiebran o entran en crisis. Todo ello tiene consecuencia directa en la elevación del costo de vida de la clase trabajadora. A pesar de que vemos algunas mejoras en ciertos ramos y una reducción mínima en la inflación de algunos países, se espera que en los siguientes meses la ralentización económica general se agudice llegando a entrar en recesión un tercio de la economía mundial.


De ahí que los trabajadores de todo el mundo sean los más afectados y los que más vienen protestando. Esto se vio más nítido en enero del 2022 tomando como escenario Kazajistan; tras la guerra interimperialista del 24 de febrero, vimos luchas en Irak, Sudán, España, Albania, Perú, Sri Lanka, etc., entre marzo y abril; en Ecuador, Alemania, Inglaterra, Sri Lanka, Bruselas, Túnez, Bélgica, etc., entre junio y julio; en Francia, España, Grecia, Alemania, Italia en octubre; y en Perú, Turquía, China, Irán, etc., entre diciembre y enero del 2023.



La crisis en el Perú


Perú es un país que depende de la importación de los combustibles, fertilizantes y alimentos; por otro lado, su economía primario exportadora le hace sensible a los choques económicos externos. Así, todo este incremento de los precios viene afectando directamente los costos de vida de su población (por ejemplo, al subir el costo de transporte toda mercancía transportada sube sus precios). La falta de fertilizantes conduce a una menor producción y sus altos costos incrementa el precio de los productos agrícolas. Conjuntamente, su moneda se ve devaluada, entre otros factores, por el incremento de la inflación y la subida de las tasas de interés por la Reserva Federal de EEUU, teniendo sus efectos más agudos los meses pasados. A esto podemos sumar que el impacto de la guerra ha traído un efecto inverso a lo esperado reduciendo el precio de los minerales. Todo esto ha generado un incremento de la inflación en más de 2 puntos, llegando al nivel más alto en 26 años con 8.46% y superior al 15% en alimentos. Esto genera que productos tan básicos para el consumo de la clase trabajadora como la papa, por ejemplo, incrementen su precio en más de un 100%. El crecimiento trimestral del Producto Bruto Interno en el 2022 ha ido decreciendo con un bajón de 3,8% hasta un 1,7% en el último trimestre.


El capitalismo peruano tiene como uno de sus trazos fundamentales compensar la baja productividad de sus capitales en la competencia mundial, con una explotación redoblada de la fuerza de trabajo. Esto es posible por la persistencia estructural de un ejército de desocupados y campesinos semiproletarizados, quienes participan regularmente de las economías “informales”, la pequeña producción agrícola y las economías ilegales con el fin primario de reproducir su existencia. Este proceso es el que explica —a grandes rasgos— la explosividad de la lucha de clases.


Los trabajadores peruanos están sometidos al yugo capitalista, sea por la imposibilidad de vender su fuerza de trabajo o, en caso de hacerlo, por estar sometidos a una mayor explotación que se expresa en jornadas de trabajo que llegan a superar, en algunos casos como en la agroindustria, las 15 horas diarias. Los trabajadores de las regiones más convulsas como Apurímac mantienen ingresos mensuales de S/. 714 o de Puno con un ingreso medio de S/. 805. Esto es equivalente a 189 y 213 dólares al mes, respectivamente, aunque es probable que tales ingresos sean incluso menores. En las regiones de la sierra sur peruana también resalta la alta tasa de anemia en niños, con una incidencia de alrededor del 50% en Apurimac y Ayacucho y de un 70% en Puno. Los problemas económicos, sociales y de salud en estas regiones pobres, además, tienen como otro rasgo característico la operatividad de un fuerte racismo que es intrínseco a la violencia estructural del capitalismo en el Perú.


Lo que vivimos el último mes en el Perú es el paso de las pugnas entre dos fracciones representantes de la burguesía nacional hacia un escenario de lucha de clases donde la clase trabajadora se enfrenta a los representantes de la burguesía en el Estado y ha llegado incluso al ataque directo de la propiedad burguesa. En ese sentido, sostenemos que I) la crisis política en el Perú es una expresión de la crisis mundial del capital; II) que el desarrollo de las luchas actuales han implicado el tránsito de las disputas interburguesas en el Estado a una manifestación incipiente de lucha de clases (trabajo contra capital), debido a la intervención directa de los trabajadores contra representantes de la clase burguesa en el Estado y, en algunos casos, directamente contra los medios de producción de la burguesía; III) que la brutal represión es consustancial al carácter de clase del Estado capitalista peruano, más allá de quién se desempeñe en la función de su personal político, y IV) que las condiciones y la intensidad de la escalada de la violencia policial y militar permiten referirnos a un Estado de contrainsurgencia, cuyo carácter explicitaremos más adelante.

Pasemos revista de los acontecimientos más relevantes en este proceso de luchas con las venas todavía abiertas.


El 12 de diciembre se reportaban 6 muertos en Apurímac y 1 en Arequipa. El día 13 fue significativo porque gran parte de los trabajadores pasaron del ataque a las instituciones de los gobiernos locales y nacionales al ataque de la misma propiedad burguesa. El 15 de diciembre hubo 10 asesinados en la región de Ayacucho. Para el 16 sumaban 3 muertos en Junín, 3 en La Libertad y otros 3 en Cusco. Las luchas continuaron, pero se vieron frenadas por las fechas festivas de fin de año, que implicaban mayor trabajo y venta de productos. Pasadas estas fechas, las movilizaciones no tardaron en reanudarse, teniendo como protagonistas nuevamente a los trabajadores organizados autónomamente, destacándose los de Puno, Ica y Cusco. Inmediatamente después de navidad las luchas comenzaron a sentirse otra vez en las regiones del sur del Perú. Siendo el 4 de enero el inicio del paro indefinido de las principales regiones del macrosur del Perú.


El desarrollo de movilizaciones en contra del gobierno recibió una brutal respuesta de parte de las fuerzas represivas del Estado capitalista. El 9 de enero, cuando algunos contingentes de trabajadores en la ciudad de Juliaca se trasladaron a las proximidades del aeropuerto Inca Manco Cápac, la policía inició sus acciones de represión, disparando directamente al cuerpo de los manifestantes. De acuerdo con el personal médico que atendió a los heridos e inspeccionó a los asesinados, los proyectiles utilizados por la policía no serían solo perdigones comunes sino MUNICIONES DE USO MILITAR, concretamente balas expansivas conocidas como “dum dum”. Este tipo de munición tiene la particularidad de expandirse en los cuerpos tras el impacto, causando destrozos en los órganos internos. Además, hubo disparos de bombas lacrimógenas y perdigones desde helicópteros. Así, los más de 17 fallecidos que se registran hasta el momento de redacción de este comunicado, y los numerosos heridos habrían sido víctimas de la agresión desproporcionada que, sin lugar a dudas, se dio bajo la complacencia de la coalición burguesa que sostiene a la infame Dina Boluarte. Entre los caídos, cabe mencionar a una madre con un esposo epiléptico, impedido de trabajar por su condición, que perdió a su hijo de 17 años que era su único apoyo para conseguir sus medios de subsistencia. Además, un médico fue asesinado a traición mientras ayudaba a uno de los heridos.



Crítica a la izquierda del capital


La izquierda del capital ha hecho gala de sus emblemáticos análisis sobre la lucha de clases actual reduciendo todo a una cuestión identitaria o de autonomía política. Demostrando solo su posición mecánica de la realidad que parte de la fragmentación cosificada de lo político con lo económico. En su variante más institucionalista hemos visto análisis que solo sirven a la praxis de la clase dominante. Para Nicolás Lynch “La gente salió pidiendo la reposición del cargo de Castillo, y no es por identidad política, sino por identidad social o sociológica, la gente se identificaba por ser cholo, maestro”. Según él, la “gente” no tendría identidad política con el programa o la actuación política de Castillo, sino una identidad sociológica. Por su parte, cual fenomenólogo francés, Guillermo Lumbreras ha señalado que “La división del Perú en dos partes es la división entre Nosotros que tenemos la constitución de nuestro lado y los Otros que no la tienen. (…) lo que está ocurriendo es que los Otros se están levantando, en muchos casos es un levantamiento de clases, acá no, acá la cosa va mucho más allá, es una oposición entre los que están en el sistema y los que no viven en el sistema”.

Para el “gran” politólogo Martin Tanaka “El drama es que estamos en la actualidad en una suerte de momento pre-hobbesiano: la pura confrontación”. Según él, la lucha germinaría en un “Estado de naturaleza” con individuos en iguales condiciones, una lucha de todos contra todos, “análisis” muy conveniente para justificar la represión de la clase dominante. No es casual que este pasquín ingenuo sea publicado por uno de los medios de comunicación más alineados a los intereses burgueses.


Otros, como Juan Carlos Ubilluz, han hecho la seguidilla al posmodernismo de Negri y Hardt: “La protesta social es multiforme. (…) Se trata de una entidad que, cual un enjambre, aglutina elementos múltiples y realiza una acción política antes de dispersarse. La multitud es un conjunto abierto de ciudadanos que, desde distintas perspectivas políticas, se materializa para rechazar una injusticia concreta.” En suma, no existen clases, ni luchas, y los políticos no tienen ninguna relación con la clase capitalista peruana, no existen intereses políticos, ni algún sentido en las luchas. Por el contrario, prima lo identitario y lo político remozado con terminología estructuralista, de la fenomenología francesa y el posmodernismo.


Héctor Béjar añade factores económicos al asunto: “Este pueblo emergente ya no es el proletariado solamente en los antiguos términos industriales, sino que ahora tiene sus propios pequeños o medianos capitales, sus propias fuentes de financiamientos y les ha perdido miedo a los instrumentos de represión del antiguo poder dominante (...) creo que ahora hay una verdadera nueva situación en el Perú”. Sin embargo, sus argumentos son lejanos a la realidad, el grueso general de la población peruana sólo puede asegurar su vida y la de sus familias por la venta de su fuerza de trabajo; un pequeño negocio o “capital” no interfiere en la característica fundamental y predominante de la clase trabajadora, sobre todo en vinculación y dependencia a la reproducción capitalista global. El “capital” solo es tal, en sus correctos términos, si posee la capacidad de ampliar su escala de producción. Pensar en un trabajador “capitalista” sin “capital” es como pensar en un samurái sin espada o un caballero sin armadura.


De igual modo, las organizaciones reformistas como el Movimiento por la Unidad Popular (MUP), Nuevo Perú, Convergencia Socialista, Partido Comunista Peruano, y Patria Roja han señalado que “el comportamiento de Dina Boluarte [es] la expresión concreta de pretender detener el proceso de democratización en curso generado desde abajo (...) que se expresa en lucha por el respeto de la voluntad popular, igualdad del voto y el rechazo a la discriminación racista, clasista que se expresa en el ninguneo y el desprecio al peruano”. Gran parte de estas organizaciones son furgón de cola de Castillo y las fracciones burguesas a las que representó. Terminan apelando a los mecanismos burgueses de dominación para cambiar la dominación de la burguesía. ¡Entiéndalos quien pueda! No solo eso, sino que fungen de “malla democrática” que fija y encierra todo en un nivel de la praxis burguesa; e incluso navegan en el mar de la confusión categorial señalando como “fascismo” aquello que no tiene proyecto ni potencia para ser tal. Su fin: la conciliación de clase.


La izquierda del capital y sus operadores políticos en las organizaciones sociales y centrales sindicales se ha caracterizado por un quietismo vergonzoso en las últimas horas frente a los asesinatos del día 9 de enero. El caso más paradigmático es el de la CGTP, dirigida por el PCP-UNIDAD stalinista. En un primer momento, no solo contempló reunirse con Dina Boluarte, sino que, en vez de accionar la movilización de sus bases frente a la masacre perpetrada por su gobierno, la central sindical se limitó a llamar a una “vigilia por la represión en Juliaca”. Al mismo tiempo, entre los partidos que llaman a mantener la movilización contra Boluarte, existe un interés para canalizar la revuelta proletaria en un proceso constituyente que no va a significar más que un reacomodo de las fracciones capitalistas y la continuidad de la explotación, en otros términos.



El Estado contrainsurgente


Nos posicionamos contra las visiones burguesas sobre el Estado peruano que lo entienden como un órgano inacabado o falto de meras reformas políticas e institucionales para su buena relación con la llamada “sociedad civil”. Nosotros entendemos al Estado como un órgano que sintetiza las relaciones sociales capitalistas y que garantiza la acumulación del capital en todas sus fases. No es el gran resolutor de los conflictos, ni ejerce su función mediadora de la contradicción capital/trabajo sin el recurso permanente a la violencia. La supuesta fragilidad institucional del Estado, aclamado por las posiciones liberaloides y reformistas, encubre su función esencial en el modo de producción capitalista.


Ahora bien, la particularidad del Estado peruano es expresión de la particularidad de su capitalismo; sus límites y posibilidades lo imponen la 1) forma de organización económica, 2) de extracción de plusvalía y 3) la lucha de clases. Ellas son partes constitutivas de los proyectos burgueses triunfantes en el siglo XX y radicalizados en el XXI; la lucha de clases es el factor más dinámico en este tablero de determinaciones, responde a la forma de acumulación nacional y a las condiciones de organización de la clase burguesa sobre todo en tiempos de crisis económica y política.


El Estado se ve afectado por la lucha de clases, especialmente, en momentos críticos de movilización de la clase trabajadora. Lo que observamos en el Perú actualmente es la escalada represiva de la respuesta estatal a la insurgencia de la clase trabajadora, donde no existe espacio tolerable para la oposición política a la fracción dominante de la clase burguesa que ahora coopta el Estado representado por Dina Boluarte. La violencia del Estado se impone porque 1) los intereses económicos de la clase capitalista peruana se ven amenazados, 2) la burguesía está incapacitada de controlar la respuesta proletaria a la crisis económica y política, 3) mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora es una imposibilidad sistémica y 4) no puede seguir sosteniendo la institucionalidad burguesa como en condiciones “normales”. Al contrario del rechazo político a la gran burguesía, el movimiento proletario tiende a arrastrar a sectores que hasta entonces permanecían desmovilizados; mientras la clase trabajadora sea la única que pueda imponer sus demandas adhiriendo a otras capas de la población, la clase burguesa tenderá a la contrainsurgencia y al terrorismo de Estado. Este es un factor que explica por qué en los países dependientes la violencia es la regla y no la excepción, pues el grado mínimo de consenso social no puede lograrse por el mejoramiento sostenido de las condiciones de vida sino sólo a través del constante apelo a la violencia.


Lo que ocurre actualmente en el Perú dista mucho del fascismo, pues este implica un proyecto sostenido capaz de adherir política y corporativamente a las masas trabajadoras e imponerse sobre la democracia burguesa; en el Perú no tenemos la negación de este tipo de democracia sino su afirmación. El Estado de Derecho es constantemente afirmado por los principales órganos de la gran burguesía y por los demócratas ingenuos, es la aspiración máxima de los reformistas quienes lo contraponen al “fascismo”. ¿Qué significa esto para nuestra clase? La gran justificación histórica de la conciliación de clase y la nebulosidad de las contradicciones que sostienen la explotación del capital sobre el trabajo. De ahí que adhiramos a la categoría de Estado de contrainsurgencia para explicitar el contenido de la escalada de violencia y represión popular en el Perú, actualizándolo en sus correctos términos, pues la clase trabajadora que se moviliza no lo hace de forma ordenada y programática, no existen las condiciones históricas para generar este tipo de organización. La derrota histórica de la izquierda, el neoliberalismo y, principalmente, las nuevas formas de organización de la producción a nivel mundial y su desarrollo concreto en el Perú nos dan un proletariado atomizado, profundamente heterogéneo, pero no por ello menos proletariado. Nosotros no entramos en la desorientación teórica que implica recurrir al caos y al sinsentido como explicaciones válidas: las disyuntivas existenciales se los dejamos a los intelectuales pequeñoburgueses.


El actual momento del Estado en el Perú es el de la contrainsurgencia, es el del agotamiento de todas las formas en que podría hacerse patente una mera institucionalidad liberal. Lo que tenemos es que la defensa del Estado burgués se realiza desde el aniquilamiento directo y premeditado de la población movilizada. Significa que la gran burguesía en el poder siente la imperiosa necesidad de recurrir a métodos de guerra que se institucionalizaron en América Latina con el adiestramiento directo del imperialismo estadounidense; el recurso a la radicalización de la violencia ante la masiva movilización de la población trabajadora responde a las contradicciones capitalistas que ellos mismos no pueden controlar por su carácter subordinado a los flujos económicos de acumulación global. Tal respuesta de la clase trabajadora agrava las condiciones de gestión y apropiación capitalista que buscó reacomodarse tras la destitución de Pedro Castillo y el arrinconamiento de las fracciones burguesas a las que este representaba.


El afán criminalizador del movimiento de los trabajadores, sea cual sea la forma en que se presenta, y el cinismo de los representantes del poder estatal develan la intolerancia de la oposición dentro del esquema general de dominación en el Perú, pues el nivel de cuestionamiento social ha alcanzado la propia negación del Estado y sus representantes políticos. Las acciones adoptadas desde el poder nos recuerdan entonces a los momentos de nuestra historia en que los mecanismos militares buscaban aniquilar el movimiento general de los trabajadores a través del recurso directo al terror militar. La contrainsurgencia en el Perú se despliega por el evidente papel protagónico del poder militar y las Fuerzas Armadas en las acciones del Estado. ¡Ante esta unidad aniquiladora debemos oponer la unidad de la clase trabajadora!



Nuestras propuestas


Frente a la brutal represión del Estado capitalista, llamamos a mantener la organización autónoma de los trabajadores y las medidas de lucha y resistencia contra la política represiva de Dina Boluarte y los poderes militares. Solo la movilización independiente de los trabajadores puede abrir un horizonte capaz de garantizar la victoria de sus luchas inmediatas, así como, con el progresivo desarrollo de su conciencia, orientarse a la transformación de las condiciones de explotación que impone el modo de producción capitalista. Los trabajadores deben adherirse a las convocatorias generales de lucha y desarrollar en ellas formas y métodos de hacer sostenido el movimiento de su organización independiente.


Los organismos que resulten de esta movilización pueden ser las semillas de una instancia superior que avance y desarrolle un programa que exprese los intereses históricos de la clase trabajadora. La salida constituyente y el llamado a nuevas elecciones, son apenas medidas paliativas, que no pueden más que reproducir bajo otros términos la dominación de clase que solo existe por la contradicción capital/trabajo. Mantener la solidaridad clasista y fortalecer su organización en función de los intereses históricos de la clase es la tarea fundamental, que se abre con este nuevo ciclo de luchas.

“La humanidad no persigue nunca quimeras insensatas ni inalcanzables; la humanidad corre tras de aquellos ideales cuya realización presiente cercana, presiente madura y presiente posible” (José Carlos Mariátegui).


¡TODO EL PODER A LA CLASE TRABAJADORA!


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